Una Pareja En Dormimundo
Se avientan
sobre el colchón.
Él de traje
y ella
de pantalón.
Es matrimonial,
sus hombros tocan,
ríen
con el optimismo
y la ilusión
de quién amuebla un departamento
por primera vez.
“Esta podría ser nuestra
cama” se deben decir
el uno al otro.
¿Cuántas promesas
contiene un colchón?
¿Cuántos recuerdos?
La pareja ignora por
completo el gentío
formado del otro lado
del ventanal
que da a la banqueta.
El gentío también está
saliendo del trabajo,
pero están esperando el
camión, no están
comprando un colchón,
no están
empezando una vida.
Yo creo que él recuerda,
cuando era niño,
cómo jugaba en cama de
sus papás
y siente el embarazo
que contiene una compra
como ésta.
Yo creo que ella piensa
que hay cierto romance
en el tamaño matrimonial.
Está ahí en el nombre:
ma-tri-mo-nial,
es un colchón para dos,
y es perfecto,
pues son dos.
“Nos va a dar calor” dice.
“Pero que lindo estar
tan cerca”, piensa.
Calan el tamaño, la firmeza.
Él empuja el colchón con las manos,
siente como los resortes
desisten ante el peso. Supongo
que el vendedor (también
trajeado) les presume
que es un Sealy,
“tope de gama” dice,
“no hay mejor colchón
en el mercado”.
Ella quiere ahorrar
pero esas palabras
lo convencen.
Ese domingo,
comiendo con sus padres
les comenta que ya por fin
compraron un colchón.
“Es un Sealy” les repite
con el orgullo de aquella persona
que siente que su vida
va por buen camino.
“No hay mejor colchón
en el mercado”
y su padre asienta con la cabeza.
O bueno. Eso
pienso yo
mientras los espiaba
por la ventana,
esperando el autobús
que me lleva a casa.